27.3.12

Manuel García Pérez: “Procuro siempre en mis obras no caer en las concesiones de una novela juvenil estandarizada”


El escritor oriolano Manuel García Pérez acaba de editar una nuevo libro de ficción en la colección Barraca de la editorial Germania, se trata de una novela breve pero intensa en el que el autor nos retrata la frustración vital de una generación en un mundo en el que la superficialidad de las relaciones sociales arrastran al individuo hacia las trampas de la soledad y de los paraísos artificiales.

P.- ¿Por qué Rostros de tiza?
 El título está influido por una frase que, en la novela Confesiones del estafador Felix Krull, usa uno de mis escritores favoritos, Thomas Mann, para describir el rostro de las prostitutas. Esa metáfora tan hermosa y a la vez tan macabra ilustra el contenido de esta breve novela donde la adolescencia se mueve entre la efusividad y la frustración, entre la emoción y el fracaso de las relaciones. En definitiva, se trata de romper con la idealización que los medios difunden sobre la juventud con fines comerciales para describir una generación de jóvenes, a la que pertenecí, que no encuentra su lugar en el mundo, a la que se le acusa de frívola, pero que sufre intensamente porque el aprendizaje y la madurez en la vida no están exentos de dolor e incomprensión. Y esa es la juventud que me he encontrado y sigo encontrándome también en las aulas.
P.- ¿Qué influencias ha recibido como narrador y cuáles cree que transcienden en esta novela?
 M.G.- En Rostros de tiza, la influencia de la novela negra y la presencia de sus adaptaciones cinematográficas son intencionadas. La música tecno y la composición de planos que encontramos en algunos vídeo-clips están presentes también en este texto. En mi narrativa, los autores norteamericanos de la Generación perdida se filtran constantemente por la fluidez de su prosa y la crudeza de sus descripciones.
  Procuro siempre en mis obras no caer en las concesiones de una novela juvenil estandarizada. Lo macabro, la muerte, la incomunicación así como un lenguaje elaborado son constantes expresivas en esta obra que la alejan de la frivolidad, los coloquialismos y la falta de personajes complejos que hallamos en muchas obras literarias dirigidas a estudiantes de ESO y Bachillerato.
P.- Tengo la impresión que hay en todo el libro como una luz crepuscular que crea una atmósfera claustrofóbica, ¿lo cree usted?, ¿es intencionada?
 M.G.-El paisaje de la playa y las tonalidades de luz influyen en el comportamiento de los personajes, determinan su conducta y, en ocasiones, sucede al contrario: el ánimo de los protagonistas erosiona ese paisaje crepuscular. De hecho, cada capítulo, pese a su brevedad, está cargado de símbolos donde los sentimientos y los presentimientos se asocian al carácter de cada gesto, de cada palabra y de la propia acción. Es una técnica que he ido asimilando de los escritores realistas y naturalistas donde el determinismo del espacio actúa sobre el comportamiento.
P.-Los personajes tienen un aire melancólico, un aire de perdedores atrapados en un destino oscuro.
 M.G.- Sí, es la concepción que tengo de la juventud y que en verdad se ajusta a la realidad por mi experiencia docente durante estos años con toda clase de grupos y edades. Recuerdo particularmente que, en mi caso, la adolescencia, al igual que en mi grupo de amigos, fue frustrante, vacía, pero al mismo tiempo había en nosotros un entusiasmo inconsciente, una ilusión congénita por conocer y experimentar que ahora echo de menos. La muerte, el dolor de las rupturas sentimentales, la falta de autoestima, por ejemplo, se mezclaban con la afectación, con la impulsividad, con la sensualidad, con un apego incondicional hacia la música y a la noche como un lugar de encuentros. La noche era y es un símbolo de esa necesidad de vivir siempre en los márgenes, en la oscuridad, en el anonimato. En verdad no queríamos ser visibles al resto del mundo y así sigue sucediendo.

P.- Rostros de tiza nos habla de gente joven pero el lenguaje que utilizado por usted no lo es, ¿por qué?
 M.G.- Porque no quiero que mis obras formen parte de un género estandarizado que infravalora la inteligencia y la sensibilidad de los jóvenes. Creo que la literatura es complejidad, creación, densidad expresiva y la literatura que se está elaborando actualmente para jóvenes antepone la comercialización a la inquietud y al esfuerzo que en sí mismo encierra el hecho de leer y de escribir. Se está presuponiendo que nuestros jóvenes, mis alumnos y vuestros hijos no merecen ni necesitan una literatura con un grado de exigencia notable que influya en su pensamiento crítico y en su esfuerzo por aprender. Por esta razón, en Rostros de tiza es cierto que aparecen descripciones de discotecas, muchos nombres de DJs, escenarios noctámbulos, violencia y exhibición de la belleza, pero todos estos elementos están expresados con un lenguaje complejo, lleno de matices poéticos, de referencias literarias y cinematográficas constantes. Al menos lo he intentado como en anteriores obras.

P.- La música y el baile tienen una presencia muy destacada en el libro ¿por qué?
 Porque es connatural al hecho mismo de ser joven. La música, con sus sensaciones, con sus letras, es un estímulo continuo de aprendizaje. La música identifica a una generación, socializa los grupos por sus preferencias, por su forma de vestir y de hablar. Por otro lado, el baile, he observado siempre en pubs y discotecas, tiene mucho de sensualidad, de acercamiento físico, pero también es una forma de aislarse, de huir de la rutina, de olvidar los problemas que nos preocupan. En las pistas de baile, encuentras muchos solitarios y perdedores que no encuentran su alma gemela, que bailan sin cesar porque seguramente no saben otra cosa mejor qué hacer en ese instante, cuando las desgracias los apremian. Para mí, el baile es olvido, ausencia y una forma de expresar la angustia dentro de la belleza y la exaltación de los movimientos.
P.- La familia y el grupo encorsetan en exceso a los personajes, ¿por esta razón se hace necesaria la huida?
M.G.-En Rostros de tiza, la familia de Mónica, por ejemplo, es una farsa y un fracaso que potencia la violencia, la inseguridad y la incomunicación de los hijos. Para la madre de Elena, por el contrario, son los hijos el fracaso personal de toda una vida de esfuerzos y sacrificios. La entrega hacia ellos se ve compensada tristemente por una soledad no buscada. En la vida, según crecemos, los intereses económicos se van agudizando; la espontaneidad y la sinceridad que caracterizan a los jóvenes van desapareciendo y “ser adulto” es vivir también en la oscuridad de la noche. La huida para los hijos se hace necesaria entonces. En mis personajes, esa huida viene condicionada por la muerte y por la culpa, y los padres no tienen capacidad de reacción cuando sus hijos toman decisiones tan determinantes. Ser testigo de esas despedidas imprevisibles puede ser terrible.
P.- Ha escrito un libro sobre jóvenes para jóvenes o ¿es un libro también para ser leído por adultos?
 M.G.-La novela parece dirigida a jóvenes, y es cierto que la puede leer cualquier adolescente, pero al concebir un lenguaje denso, unos personajes difíciles y una trama realista nos desvinculamos de esa novela hecha exclusivamente a alumnos, así que, como en otras de mis obras, el número de lectores adultos va aumentando con los meses porque intento sobre todo escribir literatura, no escribir literatura para jóvenes.
 Por tanto, por un lado, el público adolescente valora el esfuerzo de leer una obra compleja que atienda a sus propios intereses y al mismo tiempo el lector adulto valora esta novela como un trabajo literario que desmitifica ideas preconcebidas en los medios, como que la juventud es una etapa feliz, rebelde y de plenitud; al contrario, Rostros de tiza nos muestra el lado oscuro, perverso, injusto y frustrante de toda una generación de adolescentes a lo largo de varios años.

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