Los libros
mojados es la primera novela del profesor
de Útiel residente en Puçol, Antonio Murgui, un libro en el que su autor desde
los laberintos de la memoria describe el universo personal y familiar de un
individuo egoísta y desarraigado que a vendido su alma al diablo por alcanzar
el éxito social.
P.-¿Por qué el título de Los libros mojados?
R.-El título
responde en la novela a una doble
intención semántica del término. Una más real, basada en una experiencia
personal mía de mis aproximadamente 5 ó 6 años, que he trasladado a la novela:
El niño César, una tarde, al salir del colegio, mientras juega con el resto de
amigos, se encuentra ante la desagradable sorpresa de que su cartera está
sumergida en el estanque. Al sacarla, se encuentra con todos los libros mojados
e inservibles. Este hecho constituye el material narrativo de una de las
secuencias de la novela, que lleva ese título precisamente.
Posteriormente,
un César ya adulto, rememora el fotograma de su infancia de los libros en el
estanque y metaforiza la inutilidad de los mismos con la inutilidad de su vida
presente. Sería algo como formularse el siguiente razonamiento: tanto estudiar
para llegar a esto, o, para este viaje no hacían falta alforjas.
P.-¿Cómo has estructurado tu novela?
R.-Yo creo
que, aun sin haberme propuesto en conciencia un plan predeterminado, la novela
sí ofrece una estructura encuadrada y abierta a la vez. Encuadrada porque el
tiempo narrativo se abre y se cierra con
secuencias que llevan el mismo título: Cuarenta años. Por lo demás, la
novela está dividida en dos partes claras: la primera, bastante más extensa,
donde un narrador omnisciente recoge las vivencias del protagonista en su edad
infantil y adolescente; y la segunda, donde un César ya adulto se hace el dueño
absoluto de la narración en segunda y
primera persona. A su vez, la novela utiliza doble tipología gráfica que
responde, precisamente, a una forma directa y clara de distinguir a estos
distintos tipos de narrador. Y en cuanto al final, es totalmente abierto, lo
que permite al lector intuir lo que va a ocurrir, y al autor, elaborar el
boceto para una segunda parte para la novela.
P.-¿Quién es César Frías y cómo lo definirías?
R.-César Frías
es el protagonista total y absoluto de la novela. Es en primer lugar el niño
aplicado en los estudios, responsable, y sabedor, desde la más tierna niñez, de que en
ese pueblo vinatero donde ha nacido, estará condenado a trabajar las haciendas
de los ricos del lugar, como le advierte constantemente su padre. Pero éste
también le ofrece la única salida a esta situación: la de estudiar para hacerse
un adulto independiente y con posibilidad de elegir. Y le advierte que sólo lo
conseguirá si se convierte en una persona formada y “de provecho”. El niño coge
el testigo y opta por esta segunda opción.
Sin embargo,
al César adulto, tras el imparable ascenso profesional y social en que se
encuentra, le sobreviene el tener que enfrentarse a la primera cornada grave de
su vida: fallece de manera repentina su madre y se entera, como el que no
quiere la cosa, de una grave enfermedad que aqueja a su padre. Éste es un punto
de inflexión en su ocupadísima vida, se opera en él un intenso proceso de
introspección que lo llevará a cuestionarse su actual existencia en todos los
aspectos. Y el lector lo encontrará, al final de la narración, dispuesto a darle
un giro copernicano a todo.
P.-¿Crees que una desaforada ambición personal
nos condena a la soledad más absoluta?
R.-En la
novela sí se da esta circunstancia, en la vida real yo no diría que de manera
tan sistemática. Pero pienso que los seres humanos sólo somos capaces de
establecer relaciones familiares y sociales sólidas y duraderas si no están
basadas en la ambición y el interés crematístico. Si sucede esto último,
siempre acaban por desvanecerse cuando se ha conseguido lo que se pretende del
otro. Se trata por tanto de relaciones
compradas a un alto interés. La ambición sin control de César, le hace desligarse
de padres y hermanos, liquidar su
matrimonio en brevísimo tiempo, renunciar al establecimiento de un relación
duradera con Victoria y paralelamente,
entablar relaciones viciadas por el chalaneo y
las vendettas profesionales. Por
lo que al final se da cuenta de su carencia de afectividad y de su total y
absoluta soledad.
P.-¿Es monolítica la soledad o tiene distintas
facetas?
R.-Es
polifacética e incluso paradójica. Hay soledades que producen un inmenso
sufrimiento: la de los ancianos que pierden a la pareja con la que han
compartido toda su vida; la de las mismas parejas que se ven atenazadas por la
incomunicación a las que la convivencia se convierte en un suplicio; la soledad
del protagonista de mi novela; la soledad de los ídolos caídos; la soledad del
inmigrante que abandona sus raíces para saborear las mieles, o las hieles, de un mundo mejor. Pero también creo que,
paradójicamente, hay personas a las que la soledad enriquece porque la conciben
como una mayor libertad para su disfrute personal.
En definitiva,
la mejor definición de la soledad y en menos palabras la da el maestro Sabina
cuando habla de esa amante inoportuna que se llama soledad.
P.-Desde tu punto de vista, ¿Fue más dura
la Guerra civil o la larga posguerra?
R.-Este es
otro tema de la novela que me parece importante resaltar.
El tío Manuel,
personaje importante de la novela, pertenece a la última generación que podrá
dar testimonio de la guerra como un acontecimiento vivido. Cuando ella
desaparezca, no quedará nadie en circunstancias de hacerlo de manera directa.
Yo, evidentemente no la viví, ni tampoco viví los primeros años de la
posguerra, que fueron los más duros. Por lo tanto tengo que fiarme de lo que
dice mi personaje: “después de la guerra fue peor”. O lo que es lo mismo, bien que la guerra fue
una lucha fratricida, monstruosa como cualquier guerra, que duró tres años.
Pero la posguerra fue mucho más dilatada en el tiempo, un monstruo disfrazado
de venganza, sufrimiento, hambre, humillación y juicios sumarísimos contra el
bando perdedor.
P.-Tu novela habla de un tema que, por
desgracia, vuelve a ser de actualidad: la inmigración. ¿de qué manera afecta a
los personajes de tu novela?
R.-Como muy
bien dices, la desgracia de la inmigración vuelve a cernerse sobre las cabezas
de muchos ciudadanos de nuestro país que no encuentran maneras de subsistir
aquí. Jóvenes muy bien preparados, con un alto grado de formación están
barajando, o la tienen asumida ya, la alternativa de emigrar. Pero mi novela
refleja el éxodo que se produjo en España en los años cuarenta, cincuenta,
sesenta y setenta.
En
circunstancias distintas a las actuales, El padre de César también decide
emigrar a finales de la década de los cincuenta, pero, a diferencia de los
jóvenes de hoy, Cesáreo es analfabeto. Y a pesar de ello, descubrirá el abismo
en calidad de vida y desarrollo que nos separaba entonces del resto de Europa,
y siempre se sentirá agradecido al país que lo acogió. Sencillamente porque las
condiciones de vida en España eran durísimas para él. Pero, por desgracia, poco
dura la alegría en casa del pobre, y Cesáreo debe regresar al pueblo con las
orejas gachas porque Elisa no acepta acompañarlo.
P.-Tú eres profesor, pero también has sido
alumno. ¿Qué papel juegan los profesores del protagonista?
R.-Efectivamente,
soy profesor desde hace veintiséis años, justamente la misma edad con la que
empecé a trabajar en la profesión; luego media vida la he pasado ya dando
clase.
Yo creo que los profesores de los que habla la novela
podían ser, como ocurre ahora, o bien personas que disfrutaban con la profesión
y se entregaban a ella, o bien todo lo contrarío. Unos te invitaban a aprender,
y aprendías y otros te disuadían de
ello, como ahora. Tal y como nos cuenta el narrador, El personaje de El
Culebras correspondería al profesor cercano y afectivo con el que se dan las
condiciones ideales para prender si existe predisposición por el alumno,
mientras que el polo opuesto lo encontraríamos en tiránico e incompetente
Mediometro.
La diferencia
entre los profesores de César y los de ahora no existe a nivel de competencias
profesionales; lo que existe es una gran discordancia entre la concepción y
valoración que la sociedad tiene de la figura del profesor. Antes gozaba de un
gran prestigio y autoridad. Ahora la tarea del profesor suele estar más
cuestionada tanto por los alumnos, que tienen muchos más estímulos externos
nocivos para el aprendizaje; como, y sobre todo, por los padres.
P.-Esta es tu primera novela ¿cómo has vivido
la experiencia de escribir?
R.-A pesar de
que la novela acaba de publicarse ahora, y gracias a la confianza que la
editorial Germania ha depositado en ella, le empecé a escribir nada menos que
en el año noventa y cuatro. Con un montón de folios reciclados, que iba
emborronando en su reverso con el lápiz y la goma. El ordenador me merecía
entonces un gran respeto, pero no tardé en utilizar uno antediluviano que
heredé de mi hermano Javi. Y pronto me convencí de las enormes ventajas de este
utensilio. Hoy es una herramienta imprescindible para los que nos dedicamos a
escribir.
Creo que el
hecho de escribir es una actividad consustancial y desprovista de todo fin para
el escritor. Por mi parte nunca me propongo sino disfrutar escribiendo, y nada
más. Si, por añadidura, como me ha ocurrido a mí, alguien con criterio como un
editor, considera que lo que escribes es publicable, miel sobre hojuelas.
P.-¿Cuáles son tus autores de cabecera?
R.-Bueno, este
tipo de preguntas son las que siempre se suelen contestar con el tópico de
elaborar una lista jerarquizada de autores preferidos.
En mi caso, sí
que es cierto que sobre mi mesita de noche siempre hay un libro o dos y leo,
sobre todo narrativa. Intento descubrir autores nuevos o releer antiguos en los
que siempre encuentras nuevos matices. Procuro huir de un best-seller y de autores extremadamente prolíficos.
Pienso que un buen libro siempre lleva un proceso mínimo de elaboración y
maduración.
Pero si me
pides autores o títulos, te diré que ahora tengo sobre la mesa el último libro
de Almudena Grandes, autora de la que me gustó especialmente El corazón helado.
No hay libro que publique Muñoz Molina que no me compre. Me dejó noqueado en mi
juventud Cien años de soledad. Devoré muchos libros de Juan Carlos Onetti al
socaire de haber leído La vida breve. Y en ninguna de sus novelas me ha sobrecogido
el pesimismo del que algunos hablan, antes bien, me ha reconfortado el mundo
sanmariano que él creó. Y, como Juanjo Millás,
también daría mi mano izquierda por haber sido capaz de escribir una sola línea
de La vida breve.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada