Para el poeta de Orihuela, Manuel García Pérez, la poesía
ha sido siempre un ejercicio de autodestrucción. Lejos del placer, la escritura
es una necesidad que lo sumerge en espacios desolados, en estampas turbias
donde los osarios, el crimen, lo apocalíptico, la frondosidad frente a la
sequía se convierte en símbolos premonitorios de una existencia en continuo
conflicto como la vida entendida como efusión o exaltación.
P. -
¿Cuéntame los pormenores del proceso de escritura de tu poemario?
Manuel García
Pérez.- Es un proceso complejo de muchos años. Destacaría que, en mi caso, el
proceso de la escritura es agotador y destructivo. A diferencia de la
narrativa, la poesía está determinada por un presentimiento, por una visión
obsesiva que intentas inútilmente traducir en palabras. Existe un espacio en
nuestra memoria, que algunos neurólogos califican como memoria procedimental,
donde los pensamientos no son traducibles a palabras, pero lo que allí se aloja
influye en nuestra conducta. La poesía responde a ese espacio donde emergen
sentimientos que solamente el símbolo puede expresar, pero repito, inútilmente.
P. -
¿Porque has elegido este título?
M.- Porque
refleja, aludiendo al Barroco, lo que ha sido mi vida cuando miro atrás. Mi
vida es un rastro de ausencias, pero también de tiempos dichosos, donde el
paisaje, la luz y la vida sencilla con los míos me han ayudado a sobrevivir.
Pero presiento que el futuro está lleno de incertidumbres y las ausencias
regresan con su sombra de recuerdos. A veces esa sensación es asfixiante. La
muerte de mi padre y de mi abuela materna, que cuidó de mí desde la infancia,
han creado en mí un halo de desencanto hacia el mundo. Pero, por otro lado, mis
hijos me empujan, así como la propia literatura, a seguir en el fulgor. La luz es símbolo de plenitud, pero los
escombros son esa resonancia de muerte que permanece en mi escritura. Y esa
contradicción me destruye lentamente.
P. -
¿Cómo has estructurado el libro?
M.- Quería que Luz
de los escombros fuera sobre todo una reflexión sobre la escritura, sin
olvidar algunos poemas donde invoco a las ausencias que significan tanto en la
vida de todos. Además, la escritura del poemario, por su largo trabajo,
desarrolla un mundo cerrado donde los ahorcados, el limbo, la tierra, las
acequias y las aves configuran un mundo autónomo, que es precisamente lo que ha
destacado la crítica a nivel nacional. El poemario está concebido desde esas
constantes: los ausentes, la escritura como forma inútil de nombrar cuanto
existe y el paisaje de la alucinación que reflexiona sobre los dos temas
anteriores.
P. -
¿Crees que un poeta es lo que lee?
M.- Al poeta, a
diferencia de quien narra o escribe un ensayo, lo mueve el trance, un estado
hipnótico y obsesivo que te obliga a escribir. Sin embargo, las lecturas son
una escuela, una forma de canalizar, con palabras, lo que sientes y presientes.
A mis alumnos les enseño a que interioricen las metáforas de otros autores
porque es la forma de expresar lo que no se puede nombrar con la prosa. En Luz
de los escombros, hay muchas resonancias de narradores como Cormac McCarthy y
Onetti; sin embargo, mi poesía está influida por autores clásicos como Herrera
y Aldana y por contemporáneos expresionistas como Trakl, Celan, Char o José
Luis Zerón. No podemos negar que la escritura y la lectura se retroalimentan;
para escribir sin conocer, hay que conocer. Miles Davis lo tenía claro: toca
aquello que no conoces. Lo auténtico, lo espontáneo, necesitan esfuerzo,
trabajo, intertextualidad y escuela.
P. -
¿Te encuentras más a gusto escribiendo verso libre o prosa poética que versos
con métrica y rima o te resulta indiferente?
M.- El verso
surge como un estado. La eficacia técnica y el ajuste formal provienen tras
muchas revisiones. En el caso del poema, necesitamos la incandescencia, el
fruto de la nada como describían los místicos, para comenzar a avanzar en la
métrica, en los recursos, en la calidad del mensaje. Pero es muy difícil
diferenciar forma de contenido. Se trabaja con las dos categorías al mismo
tiempo y, en ese proceso, es donde se
encuentra el auténtico trabajo poético; en nombrar continuamente el mundo,
revisando, construyendo y destruyendo, buscando todas las posibilidades.
Finalmente, obtienes un poema que es una resonancia de lo que será en tu interior
y para el lector. Los poemas nunca están acabados.
P. -
¿Cuál es el mejor elogio que te han hecho como poeta? ¿Cuál la peor crítica?
M.- Toda la
crítica y muchos creadores (Javier Puig, José Luis Zerón, Miguel Veyrat, Justo Sotelo, Luis Muñoz, por ejemplo)
coinciden en la autonomía simbólica del poemario, en la dureza de las imágenes,
en el estado de desasosiego. Les sobrecoge la recurrencia a esos símbolos como
si fueran parte de un imaginario que he madurado durante mucho tiempo. Señalan
que Luz de los escombros era un poemario
necesario por su rotundidad, por su severidad y por su carácter apocalíptico porque
parece que la escritura ahora está marcada por un buenísimo y una autocensura
que evita profundizar en temas como la muerte, el suicidio y la enfermedad.
Escribí lo que necesitaba escribir. En cuanto a críticas negativas, por ahora,
y eso me inquieta, no he recibido ninguna en prensa escrita, salvo que la
dureza de algunas imágenes ha conmovido a algunos lectores que no esperaban ese
simbolismo de un creador joven.
P. -
¿Cuáles son los grandes temas que como poeta te preocupan?
M.- Me preocupan
aquellos temas que la sociedad actual considera como tabú. La literatura debe
reflexionar sobre preocupaciones existenciales que el consumismo y las estructuras
políticas callan por intereses ideológicos. La literatura debe ser reflexiva,
no meramente un entretenimiento. La escritura debe ser cautivadora, herir y
traspasar. Una persona no debe ser la misma después de leer a una autora como
Virginia Woolf o a un creador como Dostoievski.
Hay espacios en nuestra sociedad actual que la literatura ha de debatir
como es la ausencia, la irracionalidad, lo instintivo, el sometimiento, la
enfermedad y parece que la literatura actual obedece a consignas establecidas
por editoriales. Se escriben y publican muchos libros. No sé hasta qué punto
estamos haciendo literatura. No sé cuántas de las publicaciones que ahora se “consumen”
se podrían salvar de la hoguera cervantina. De todas maneras, es una opinión
como crítico y filólogo. Como creador, aún me considero un aprendiz.
P. -
¿Qué libro te gustaría haber escrito? Y qué no querrías haber escrito nunca?
M.- Tengo varios
trabajos pendientes que, gracias a Germanía, van a ver la luz y me hace mucha
ilusión. Estoy a punto de acabar una novela para adultos que quiero que vea la
luz en breve en la que reflexiono sobre el arte y el lenguaje junto a
experiencias vitales extremas. Porque, hasta ahora, he trabajado mucho con
ensayo, poemas y narrativa juvenil, pero necesito dar ese salto y editar una
novela. Lo que nunca querría haber escrito es un poema que hay en el libro
dedicado a la muerte de mi padre. Murió con 56 años.
P. -
¿Cuál de los poemas que publicas en este libro nos recomiendas y por qué?
M.- Luz de los escombros es un gran poema en
sí mismo. Cada poema es un fragmento del anterior. Cuando concebí el libro tuve
la idea estética de que el libro fuera una letanía que prende en esas páginas
en blanco; como una música que fluye de la nada y regresa a la nada. Y creo que
mi poesía es un rezo interior, un estado incontenible y destructivo, que
necesita el exorcismo de la escritura, pero sigue en mí porque pertenece al
mundo de las cosas, a cómo interpreto el mundo de las cosas. No podría
recomendar un poema. El lector es quien elige y sobrevive después de leer. Yo,
hace tiempo, que dejé el mundo de Luz de
los escombros y el poemario parece que no lo haya escrito yo. No me
preguntes por qué.
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