4.8.12

ANTONIO MURGUI "LA SOLEDAD ES UNA AMANTE INOPORTUNA"



Los libros mojados es la primera novela del profesor de Útiel residente en Puçol, Antonio Murgui, un libro en el que su autor desde los laberintos de la memoria describe el universo personal y familiar de un individuo egoísta y desarraigado que a vendido su alma al diablo por alcanzar el éxito social.
P.-¿Por qué el título de Los libros mojados?
R.-El título responde  en la novela a una doble intención semántica del término. Una más real, basada en una experiencia personal mía de mis aproximadamente 5 ó 6 años, que he trasladado a la novela: El niño César, una tarde, al salir del colegio, mientras juega con el resto de amigos, se encuentra ante la desagradable sorpresa de que su cartera está sumergida en el estanque. Al sacarla, se encuentra con todos los libros mojados e inservibles. Este hecho constituye el material narrativo de una de las secuencias de la novela, que lleva ese título precisamente.
Posteriormente, un César ya adulto, rememora el fotograma de su infancia de los libros en el estanque y metaforiza la inutilidad de los mismos con la inutilidad de su vida presente. Sería algo como formularse el siguiente razonamiento: tanto estudiar para llegar a esto, o, para este viaje no hacían falta alforjas.
P.-¿Cómo has estructurado tu novela?
R.-Yo creo que, aun sin haberme propuesto en conciencia un plan predeterminado, la novela sí ofrece una estructura encuadrada y abierta a la vez. Encuadrada porque el tiempo narrativo se abre y se cierra con  secuencias que llevan el mismo título: Cuarenta años. Por lo demás, la novela está dividida en dos partes claras: la primera, bastante más extensa, donde un narrador omnisciente recoge las vivencias del protagonista en su edad infantil y adolescente; y la segunda, donde un César ya adulto se hace el dueño absoluto de la narración  en segunda y primera persona. A su vez, la novela utiliza doble tipología gráfica que responde, precisamente, a una forma directa y clara de distinguir a estos distintos tipos de narrador. Y en cuanto al final, es totalmente abierto, lo que permite al lector intuir lo que va a ocurrir, y al autor, elaborar el boceto para una segunda parte para la novela.
P.-¿Quién es César Frías y cómo lo definirías?
R.-César Frías es el protagonista total y absoluto de la novela. Es en primer lugar el niño aplicado en los estudios, responsable, y  sabedor, desde la más tierna niñez, de que en ese pueblo vinatero donde ha nacido, estará condenado a trabajar las haciendas de los ricos del lugar, como le advierte constantemente su padre. Pero éste también le ofrece la única salida a esta situación: la de estudiar para hacerse un adulto independiente y con posibilidad de elegir. Y le advierte que sólo lo conseguirá si se convierte en una persona formada y “de provecho”. El niño coge el testigo y opta por esta segunda opción.
Sin embargo, al César adulto, tras el imparable ascenso profesional y social en que se encuentra, le sobreviene el tener que enfrentarse a la primera cornada grave de su vida: fallece de manera repentina su madre y se entera, como el que no quiere la cosa, de una grave enfermedad que aqueja a su padre. Éste es un punto de inflexión en su ocupadísima vida, se opera en él un intenso proceso de introspección que lo llevará a cuestionarse su actual existencia en todos los aspectos. Y el lector lo encontrará, al final de la narración, dispuesto a darle un giro copernicano a todo.
P.-¿Crees que una desaforada ambición personal nos condena a la soledad más absoluta?
R.-En la novela sí se da esta circunstancia, en la vida real yo no diría que de manera tan sistemática. Pero pienso que los seres humanos sólo somos capaces de establecer relaciones familiares y sociales sólidas y duraderas si no están basadas en la ambición y el interés crematístico. Si sucede esto último, siempre acaban por desvanecerse cuando se ha conseguido lo que se pretende del otro. Se trata por  tanto de relaciones compradas a un alto interés. La ambición sin control de César, le hace desligarse de padres y hermanos, liquidar  su matrimonio en brevísimo tiempo, renunciar al establecimiento de un relación duradera con Victoria y  paralelamente, entablar relaciones viciadas por el chalaneo y  las vendettas profesionales.  Por lo que al final se da cuenta de su carencia de afectividad y de su total y absoluta soledad.
P.-¿Es monolítica la soledad o tiene distintas facetas?
R.-Es polifacética e incluso paradójica. Hay soledades que producen un inmenso sufrimiento: la de los ancianos que pierden a la pareja con la que han compartido toda su vida; la de las mismas parejas que se ven atenazadas por la incomunicación a las que la convivencia se convierte en un suplicio; la soledad del protagonista de mi novela; la soledad de los ídolos caídos; la soledad del inmigrante que abandona sus raíces para saborear las mieles, o las hieles,  de un mundo mejor. Pero también creo que, paradójicamente, hay personas a las que la soledad enriquece porque la conciben como una mayor libertad para su disfrute personal.
En definitiva, la mejor definición de la soledad y en menos palabras la da el maestro Sabina cuando habla de esa amante inoportuna que se llama soledad.


P.-Desde tu punto de vista, ¿Fue más dura la  Guerra civil o la larga posguerra?
R.-Este es otro tema de la novela que me parece importante resaltar.
El tío Manuel, personaje importante de la novela, pertenece a la última generación que podrá dar testimonio de la guerra como un acontecimiento vivido. Cuando ella desaparezca, no quedará nadie en circunstancias de hacerlo de manera directa. Yo, evidentemente no la viví, ni tampoco viví los primeros años de la posguerra, que fueron los más duros. Por lo tanto tengo que fiarme de lo que dice mi personaje: “después de la guerra fue peor”.  O lo que es lo mismo, bien que la guerra fue una lucha fratricida, monstruosa como cualquier guerra, que duró tres años. Pero la posguerra fue mucho más dilatada en el tiempo, un monstruo disfrazado de venganza, sufrimiento, hambre, humillación y juicios sumarísimos contra el bando perdedor.
P.-Tu novela habla de un tema que, por desgracia, vuelve a ser de actualidad: la inmigración. ¿de qué manera afecta a los personajes de tu novela?
R.-Como muy bien dices, la desgracia de la inmigración vuelve a cernerse sobre las cabezas de muchos ciudadanos de nuestro país que no encuentran maneras de subsistir aquí. Jóvenes muy bien preparados, con un alto grado de formación están barajando, o la tienen asumida ya, la alternativa de emigrar. Pero mi novela refleja el éxodo que se produjo en España en los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta.
En circunstancias distintas a las actuales, El padre de César también decide emigrar a finales de la década de los cincuenta, pero, a diferencia de los jóvenes de hoy, Cesáreo es analfabeto. Y a pesar de ello, descubrirá el abismo en calidad de vida y desarrollo que nos separaba entonces del resto de Europa, y siempre se sentirá agradecido al país que lo acogió. Sencillamente porque las condiciones de vida en España eran durísimas para él. Pero, por desgracia, poco dura la alegría en casa del pobre, y Cesáreo debe regresar al pueblo con las orejas gachas porque Elisa no acepta acompañarlo.
P.-Tú eres profesor, pero también has sido alumno. ¿Qué papel juegan los profesores del protagonista?
R.-Efectivamente, soy profesor desde hace veintiséis años, justamente la misma edad con la que empecé a trabajar en la profesión; luego media vida la he pasado ya dando clase.
Yo creo  que los profesores de los que habla la novela podían ser, como ocurre ahora, o bien personas que disfrutaban con la profesión y se entregaban a ella, o bien todo lo contrarío. Unos te invitaban a aprender, y aprendías  y otros te disuadían de ello, como ahora. Tal y como nos cuenta el narrador, El personaje de El Culebras correspondería al profesor cercano y afectivo con el que se dan las condiciones ideales para prender si existe predisposición por el alumno, mientras que el polo opuesto lo encontraríamos en tiránico e incompetente Mediometro.
La diferencia entre los profesores de César y los de ahora no existe a nivel de competencias profesionales; lo que existe es una gran discordancia entre la concepción y valoración que la sociedad tiene de la figura del profesor. Antes gozaba de un gran prestigio y autoridad. Ahora la tarea del profesor suele estar más cuestionada tanto por los alumnos, que tienen muchos más estímulos externos nocivos para el aprendizaje; como,  y  sobre todo, por los padres.
P.-Esta es tu primera novela ¿cómo has vivido la experiencia de escribir?
R.-A pesar de que la novela acaba de publicarse ahora, y gracias a la confianza que la editorial Germania ha depositado en ella, le empecé a escribir nada menos que en el año noventa y cuatro. Con un montón de folios reciclados, que iba emborronando en su reverso con el lápiz y la goma. El ordenador me merecía entonces un gran respeto, pero no tardé en utilizar uno antediluviano que heredé de mi hermano Javi. Y pronto me convencí de las enormes ventajas de este utensilio. Hoy es una herramienta imprescindible para los que nos dedicamos a escribir.
Creo que el hecho de escribir es una actividad consustancial y desprovista de todo fin para el escritor. Por mi parte nunca me propongo sino disfrutar escribiendo, y nada más. Si, por añadidura, como me ha ocurrido a mí, alguien con criterio como un editor, considera que lo que escribes es publicable, miel sobre hojuelas.
P.-¿Cuáles son tus autores de cabecera?
R.-Bueno, este tipo de preguntas son las que siempre se suelen contestar con el tópico de elaborar una lista jerarquizada de autores preferidos.
En mi caso, sí que es cierto que sobre mi mesita de noche siempre hay un libro o dos y leo, sobre todo narrativa. Intento descubrir autores nuevos o releer antiguos en los que siempre encuentras nuevos matices. Procuro huir de un best-seller  y de autores extremadamente prolíficos. Pienso que un buen libro siempre lleva un proceso mínimo de elaboración y maduración.
Pero si me pides autores o títulos, te diré que ahora tengo sobre la mesa el último libro de Almudena Grandes, autora de la que me gustó especialmente El corazón helado. No hay libro que publique Muñoz Molina que no me compre. Me dejó noqueado en mi juventud Cien años de soledad. Devoré muchos libros de Juan Carlos Onetti al socaire de haber leído La vida breve. Y en ninguna de sus novelas me ha sobrecogido el pesimismo del que algunos hablan, antes bien, me ha reconfortado el mundo sanmariano que él creó.  Y, como Juanjo Millás, también daría mi mano izquierda por haber sido capaz de escribir una sola línea de La vida breve.

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